Mi historia empieza en un molino
Me llamo José Manuel y soy arquitecto.
Nací en Madrid, pero mi vida siempre ha estado ligada a un pequeño pueblo de Guadalajara: Puebla de Valles. Allí nacieron mi padre, Manuel, conocido por todos como Manolo, y mis abuelos. Allí pasé todos los veranos de mi infancia. Y allí aprendí, sin saberlo, lo que significa pertenecer a un lugar. Cuando mi padre se jubiló, compró el antiguo molino del pueblo, una ruina con alma. Gastó casi todos sus ahorros en restaurarlo. Yo acababa de terminar la carrera y ese fue mi primer proyecto. Él puso el corazón, yo los planos. Conservamos la prensa, las piedras, la historia. Hoy es mi casa en el pueblo. Y cada vez que cruzo su umbral siento que algo late.
Desde entonces he diseñado casas en la Puebla y en otras aldeas de la zona, siempre con la misma idea en mente: que una casa nueva no borre lo que ya estaba. Que respete el paisaje, la forma de vivir, los materiales del lugar. Con el tiempo, también llegamos a Palancares, el pueblo de mi mujer. Allí rehabilitamos otra casa familiar, en plena sierra. Diferente, pero igual de querida. Hoy nos repartimos entre ambas, según la estación, la compañía o las ganas de oír silencio.
He trabajado con buenos constructores, aparejadores y personas que entienden lo que significa construir con sensibilidad. Siempre con una idea clara: hacer las cosas bien, aunque lleven más tiempo. Mis tres hijos, aunque han crecido en la ciudad, llevan el pueblo en las venas. Cada verano —y siempre que podemos— volvemos. Jugamos a las cartas en el bar, saludamos a todos por la calle, paseamos entre olivos, “malojos” y pizarras. Porque para nosotros, el pueblo no es una escapada: es una forma de estar en el mundo. Hoy ya no busco hacer grandes obras. Pero si alguien quiere soñar su casa de pueblo, quizá yo pueda ayudarle a empezar con un anteproyecto.


